Sonia
Herrera. La dominación masculina tiene su origen en los modelos patriarcales que
promueven la subordinación de las mujeres. En consecuencia, la misoginia y el
machismo adoptan múltiples caras y máscaras, pero son precisamente las formas
encubiertas de discriminación contra las mujeres las que legitiman y perpetúan
los actos de violencia más cruentos y la desigualdad de género más arraigada.
Algunos autores y autoras que han estudiado estas prácticas, las han
denominado de un modo a mi juicio demasiado indulgente como “violencia blanda”,
“suave”, pequeñas tiranías o, en el mejor de los casos, terrorismo íntimo, pero
desde 1991, el término “micromachismos”, acuñado por Luis Bonino, se ha ido
popularizando progresivamente. Para el autor éstos son “pequeños, casi
imperceptibles controles y abusos de poder cuasinormalizados que los varones
ejecutan permanentemente. Son hábiles artes de dominio, maniobras y estrategias
que, sin ser muy notables, restringen y violentan insidiosa y
reiteradamente el poder personal, la autonomía y el equilibrio psíquico
de las mujeres, atentando además contra la democratización de las relaciones.
Dada su invisibilidad se ejercen generalmente con total impunidad” (Bonino,
2004: 3).
El uso sexista del lenguaje, las bromas y chistes de contenido sexual
referidos a las mujeres, la defensa de los celos como parte inherente del amor,
el control sobre la pareja (horarios, actividades, relaciones sociales,
citas…), la falta de responsabilidad sobre las tareas de cuidados o el trabajo doméstico, los silencios desdeñosos utilizados como forma de
manipulación, la intimidación, los comentarios ofensivos, la desautorización y
la desvalorización, el chantaje emocional, el control económico, el
paternalismo… (Bonino, 2005: 98-100). La lista de ardides micromachistas es
interminable.
Prácticas
sutiles pero tremendamente efectivas
Algunas de estas prácticas son tan sutiles que habitualmente pasan
inadvertidas y cuando se denuncian son tildadas de exageraciones o se les resta
importancia. Mientras tanto sus efectos repercuten en la salud mental de la mujer,
minando su autoestima y desproveyéndola de energía y seguridad en sí misma.
Estas actitudes se convierten en una violencia invisible o, más
bien, invisibilizada, basada en evidentes desequilibrios de poder que reflejan
la vigencia del androcentrismo en nuestras sociedades. Es justamente
su carácter micro e implícito el que hace de los micromachismos comportamientos
de dominación masculina menos perceptibles y, por desgracia, más normalizados
dentro de una sociedad patriarcal. Por ende, el principal problema de este
ejercicio de poder reside en la falta de conciencia y la dificultad para
reconocer y denunciar dichos actos.
La mayor parte de estas actitudes se sustentan en añejos estereotipos y género y en los roles tradicionales que
les han sido asignados a hombres y mujeres a lo largo de la historia. Aunque en
muchos países se considera ya políticamente incorrecto afirmar en voz alta que
el hombre es superior a la mujer, los abusos se siguen sucediendo y la violencia machista sigue
siendo justificada mediante mañas y maniobras que aún pasando desapercibidas
son tremendamente efectivas.
Como se apuntaba anteriormente, la ilusión de la igualdad alcanzada, principalmente en las
denominadas sociedades democráticas, ha creado una especie de perverso y tupido
velo alrededor de este machismo cotidiano y ha cargado sus tintas contra el
feminismo y la lucha por la igualdad de género, calificando su denuncia de
innecesaria y excesiva.
Cimentando
nuevas masculinidades
Sin lugar a dudas la educación es la base para acabar con esas conductas
que habitualmente se justifican y se invisibilizan, así como la herramienta
para deconstruir los erróneos mandatos de masculinidad que
se inculcan a los varones desde la infancia. Afortunadamente, las buenas
prácticas van in crescendo y redes de
hombres como la española AHIGE (Asociación de Hombres por la Igualdad de
Género) o la Red Iberoamericana de Masculinidades, trabajan día a día por
cimentar nuevas masculinidades que redibujen los roles de género y que
permitan tanto a hombres como a mujeres liberarse del peso de los preceptos del
patriarcado y de sus secuelas.
Asimismo el empoderamiento, la concienciación y la formación de las mujeres
son esenciales para detectar esos machismos etéreos y sinuosos, difíciles de
describir, pero no por ellos menos dañinos que la violencia directa. Es
imprescindible un cambio estructural y transversal en la sociedad que alcance
todos los ámbitos de la cultura, la política, la economía, etc. y que suponga,
tal como explica Purificación Mayobre Rodríguez, una “alternativa liberadora frente al patriarcado, una invitación
a desdeñar los cánones y convenciones excluyentes y a apostar por una forma de
pensar diferente”.
Todo esto que estamos dando es muy interesante.
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ResponderEliminarMuy interesante!
ResponderEliminarMe parece muy interesante
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