domingo, 30 de junio de 2013

Artículo: Micromachismos nuestros de cada día

Sonia Herrera.  La dominación masculina tiene su origen en los modelos patriarcales que promueven la subordinación de las mujeres. En consecuencia, la misoginia y el machismo adoptan múltiples caras y máscaras, pero son precisamente las formas encubiertas de discriminación contra las mujeres las que legitiman y perpetúan los actos de violencia más cruentos y la desigualdad de género más arraigada.
Algunos autores y autoras que han estudiado estas prácticas, las han denominado de un modo a mi juicio demasiado indulgente como “violencia blanda”, “suave”, pequeñas tiranías o, en el mejor de los casos, terrorismo íntimo, pero desde 1991, el término “micromachismos”, acuñado por Luis Bonino, se ha ido popularizando progresivamente. Para el autor éstos son “pequeños, casi imperceptibles controles y abusos de poder cuasinormalizados que los varones ejecutan permanentemente. Son hábiles artes de dominio, maniobras y estrategias que, sin ser muy  notables, restringen y violentan insidiosa y reiteradamente el poder  personal, la autonomía y el equilibrio psíquico de las mujeres, atentando además contra la democratización de las relaciones. Dada su invisibilidad se ejercen generalmente con total impunidad” (Bonino, 2004: 3).

El uso sexista del lenguaje, las bromas y chistes de contenido sexual referidos a las mujeres, la defensa de los celos como parte inherente del amor, el control sobre la pareja (horarios, actividades, relaciones sociales, citas…), la falta de responsabilidad sobre las tareas de cuidados o el trabajo doméstico, los silencios desdeñosos utilizados como forma de manipulación, la intimidación, los comentarios ofensivos, la desautorización y la desvalorización, el chantaje emocional, el control económico, el paternalismo… (Bonino, 2005: 98-100). La lista de ardides micromachistas es interminable.

Prácticas sutiles pero tremendamente efectivas

Algunas de estas prácticas son tan sutiles que habitualmente pasan inadvertidas y cuando se denuncian son tildadas de exageraciones o se les resta importancia. Mientras tanto sus efectos repercuten en la salud mental de la mujer, minando su autoestima y desproveyéndola de energía y seguridad en sí misma.
Estas actitudes se convierten en una violencia invisible o, más bien, invisibilizada, basada en evidentes desequilibrios de poder que reflejan la vigencia del androcentrismo en nuestras sociedades. Es justamente su carácter micro e implícito el que hace de los micromachismos comportamientos de dominación masculina menos perceptibles y, por desgracia, más normalizados dentro de una sociedad patriarcal. Por ende, el principal problema de este ejercicio de poder reside en la falta de conciencia y la dificultad para reconocer y denunciar dichos actos.
La mayor parte de estas actitudes se sustentan en añejos estereotipos y género y en los roles tradicionales que les han sido asignados a hombres y mujeres a lo largo de la historia. Aunque en muchos países se considera ya políticamente incorrecto afirmar en voz alta que el hombre es superior a la mujer, los abusos se siguen sucediendo y la violencia machista sigue siendo justificada mediante mañas y maniobras que aún pasando desapercibidas son tremendamente efectivas.
Como se apuntaba anteriormente, la ilusión de la igualdad alcanzada, principalmente en las denominadas sociedades democráticas, ha creado una especie de perverso y tupido velo alrededor de este machismo cotidiano y ha cargado sus tintas contra el feminismo y la lucha por la igualdad de género, calificando su denuncia de innecesaria y excesiva.

Cimentando nuevas masculinidades

Sin lugar a dudas la educación es la base para acabar con esas conductas que habitualmente se justifican y se invisibilizan, así como la herramienta para deconstruir los erróneos mandatos de masculinidad que se inculcan a los varones desde la infancia. Afortunadamente, las buenas prácticas van in crescendo y redes de hombres como la española AHIGE (Asociación de Hombres por la Igualdad de Género) o la Red Iberoamericana de Masculinidades, trabajan día a día por cimentar nuevas masculinidades que redibujen los roles de género y que permitan tanto a hombres como a mujeres liberarse del peso de los preceptos del patriarcado y de sus secuelas.


Asimismo el empoderamiento, la concienciación y la formación de las mujeres son esenciales para detectar esos machismos etéreos y sinuosos, difíciles de describir, pero no por ellos menos dañinos que la violencia directa. Es imprescindible un cambio estructural y transversal en la sociedad que alcance todos los ámbitos de la cultura, la política, la economía, etc. y que suponga, tal como explica Purificación Mayobre Rodríguez, una “alternativa liberadora frente al patriarcado, una invitación a desdeñar los cánones y convenciones excluyentes y a apostar por una forma de pensar diferente”. 


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